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  • Foto del escritorEspacio Sagrado

¿Cómo habitamos el espacio?

¿Qué hay del hueco casi invisible entre la escalera y el mueble donde un niño encuentra su guarida y despliega su creatividad? ¿No es eso arquitectura? ¿Cómo funciona un espacio diseñado en relación a lo cotidiano? ¿Por qué el protagonista queda fuera de la escena?


Es muy curioso el registro de la arquitectura y su relación con los seres humanos. Desde hace décadas es mostrada sin vida, ausente de usuarios y de acciones cotidianas. Me llama la atención cómo es posible que el ser para el cual ese espacio fue creado no esté contemplado dentro de la imagen, o se lo represente en el espacio de una manera meramente decorativa.

Quienes habitan, quienes fueron los generadores del espacio, usualmente quedan fuera de la escena, como si estuvieran de más, aunque sean los protagonistas que inspiraron al arquitecto. Percibo un vacío entre la arquitectura y los usuarios; el ser humano y el espacio aparecen por separado cuando en verdad es imposible que esto ocurra.


Me pregunto: ¿Cuántos espacios fueron creados para la foto y hoy permanecen deshabitados? ¿Cuántos ¨no lugares¨ existen en un espacio diseñado?

Hay escaso registro de cómo se utiliza el espacio en el marco de la arquitectura. Solo vemos un poco de las cosas que eligió el fotógrafo y otras que eligió el arquitecto, de lo que a ellos les pareció remarcable. Pero, ¿para quién está hecho? ¿Cómo son los que utilizan el espacio?


Esta manera de representarlo no es casual, pues tiene que ver con una forma de habitar: Gran parte de la realidad occidental vive los espacios como lugares ya estructurados; donde la posibilidad de cambio no es considerada, sino que responde a sistemas estandarizados de pensamiento y de prácticas de cómo habitar el espacio.

Aparece la permanencia y el ¨sostener¨ o también ¨conservar¨ las cosas en ¨su¨ lugar, como un regulador naturalizado incuestionable de una realidad que, sin embargo, es ilusoria; en tanto ha sido impuesta por un pasado cada vez más alejado del ahora y de las situaciones que nos atraviesan hoy. Llevamos estructuras, pieles internas y externas que no siempre condicen con el momento actual; que no fueron revalorizadas, actualizadas. Así, vivimos sumergidos en espacios despersonalizados, faltos de identidad.


Algunos meses atrás regresé a Buenos Aires luego de haber vivido un año en India: real es el contraste entre estos dos mundos. Allí pude observar otra relación del hombre con la arquitectura. Encontré otros registros del espacio, otros niveles y otras prácticas de habitar. Conocí un antiguo sistema que se utiliza desde hace siglos, una disciplina académica que reúne la sabiduría de la astrología, conceptos de medicina aplicados en el espacio para el cuerpo humano, leyes de la naturaleza y matemáticas, parte de los ¨Vedas¨, las escrituras sagradas más antiguas de la religión hindú.


Desde la cosmovisión hindustaní, el momento astrológico de nacimiento aporta gran cantidad de datos sobre la persona y sus cualidades energéticas a lo largo de toda la vida; también aportan datos sobre cuáles serán las partes del cuerpo que enfermarán y causarán la muerte. Al ser el espacio una proyección en resonancia con el cuerpo físico del habitante, el arquitecto diseñará un espacio acorde con determinadas características que protejan esas partes que podrían enfermar y que refuercen las partes que son virtudes. Por ejemplo, si existieran problemas en la vista, el diseño del espacio contemplará ventanas de determinadas características, con orientaciones específicas para devolver salud a la visión.


También pude observar un mismo lenguaje en lo mandálico y espiral de la arquitectura islámica, donde lo central es Aláh y todos los musulmanes rezan en dirección a la meca, a un centro; esta relación centro-periferia también se ve en musulmanes sufíes derviches, que danzan girando en su propio centro durante horas. Entonces, podemos ver un mismo patrón a nivel macro como grupo, también a nivel del individuo y del diseño arquitectónico. De diferente manera, pero también muy particular, los budistas tibetanos rezan recorriendo el templo por afuera haciendo girar unos cilindros con oraciones inscriptas como una manera de pedir permiso, de entrar en la frecuencia del templo.


Ya sea que se trate de una danza circular en un fuego de tribus procedentes de África, una iglesia con su altar y esa disposición piramidal entre el cura, los monaguillos y los fieles, o una rueda medicinal con plantas sagradas en la selva amazónica, cada dinámica implica un uso del espacio, cada acción propone una disposición geométrica que categoriza algo, intensifica una presencia o genera una trama interrelacionar. Es llamativo cómo la construcción del espacio llega a un estado de mucha presencia gracias a lo ritual, a la intencionalidad en la totalidad de los procesos creativos.


Este código, esta relación entre el espacio y los usuarios, esta acción de habitar genera una determinada geometría del espacio y se relaciona directamente con la forma de practicarlo, también con respecto al uso de los colores, materiales, de las tramas que empieza a resonar con estas dinámicas espaciales.


Es interesante el contraste entre la arquitectura íntimamente vinculada a las prácticas del habitar del ser humano y aquella otra arquitectura hegemónica más despersonalizada que aprendí en mis años de formación. De igual modo, considero fundamental que podamos concebir que el espacio también está abierto a ser modificado y que puede proponernos nuevas maneras de habitar.


El habitar es una práctica del espacio: Esta práctica, motorizada por la acción del ser humano, genera una arquitectura contenedora. Los ámbitos donde se habita son espacios físicos con cualidades específicas.


Esta manera de habitar, normalizada y estandarizada por la cultura, se puede percibir a través de la acción y de la forma. Qué formas y patrones son las que generan espacios, qué factores generan las diferentes formas de habitar.


Esto generó una búsqueda de nuevas maneras de aproximación y relación con el espacio: elaborar la conciencia al accionar, rediseñando o volviendo a elegir nuestras prácticas de habitar que son motoras y generadoras de arquitectura. Concientizar el uso del espacio y darse la posibilidad de ponerlos en crisis; estudiar (o examinar) esas disposiciones a actuar, sentir y pensar que Bourdieu denominó habitus para poder crear otras nuevas.


A partir de estas investigaciones en curso, nuestra propuesta generando un espacio laboratorio interdisciplinario, es ensayar nuevas maneras de diseñar y habitar los espacios que contienen al ser humano: es con la experiencia del propio cuerpo y el redescubrimiento de las posibilidades del habitar que se despliega una nueva mirada de la arquitectura frente a las necesidades del ser humano.

Reinventar el modo en que vivimos: así como la forma de los ríos tienen que ver con el movimiento del agua que lo habita; del mismo modo el ser humano acciona, el espacio responde y nace la arquitectura.


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